miércoles, 15 de enero de 2014

CERO A LA IZQUIERDA

                           I

Las mujeres siempre tenemos la razón, y si no te gusta como soy... Vos ya sabés donde  está la puerta.
Me encanta pelear con él, discutirle; mi voz suave e irónica bastante cerca de su  oído, como anzuelo para el pez, pronuncia frases célebres y le echo brasas al fuego o agua a las cenizas, según como se le quiera ver. Si se me antoja molestarlo, tiro cascaritas sutiles para hacerlo trastabillar y poder hacer leña del árbol caído. Eso sí, las expresiones altisonantes, los gritos, no son parte de mi estilo, porque, aparte de nosotros dos, nadie tiene que meter su nariz mientras lavo la ropa sucia en casa.
Estoy segura, ciento por ciento, que este mi cuerpazo moreno y estos  ojos zarcos son razones suficientes para que cualquier hombre soporte  humillaciones y se deje tortiar la cara.
La intimidad es el único espacio de almohadas, donde la cobija negra de los desacuerdos la enrollo y la tiro debajo de la cama…
Aquí entre nos, la experiencia de su fuego es miel bajo mi lengua y sus labios gruesos, aunque no lo crean, suavecitos, convierten mis desahogos en un sendero que me transporta a la cima del cielo; sus manos me elevan por el horizonte como una mariposa con los ojos cerrados en éxtasis hacia la ternura…
Todo totalmente diferente a los pleitos que le armo donde sea, esa guerra de los dime que te diré que tanto me gusta declararle para sojuzgarlo aún en tiempos de paz; porque a fuerza de ser sincera, no hay molde mejor que él para eso de no perder la tranquilidad.
Mis pétalos dormidos, sólo con él se abren, porque echarse una canita al aire de vez en cuando no es malo y así poder relajarse, alejarse momentáneamente de los problemas, esas aguas tumultuosas del tiempo y la vida, si las dejo rebalsar del vaso me pueden arrastrar a la perdición.
Siempre he dicho y lo sostengo, que es poco lo rescatable de esta relación,  yo para que me enamore está verde y sólo dios sabe cuando me voy a morir; bueno eso es harina de otro costal, y lo que si sé es que en mis manos tengo las tijeras para darle corte tarde o temprano.
Díganme si no es cierto que la cuerda siempre se rompe por lo más delgado, el único que llora es él cuando cierno la amenaza de terminar de una vez por todas con esta farsa…
Mamarracho, a la vaca o al toro hay que agarrarlos por los cuernos y cada quien que se vaya por su camino, pero no, sólo es lágrimas, que más bien creo son de cocodrilo…
Ay qué vergüenza si la gente llegara a saber lo que le ocurre entre sábanas a mi desnudez. Quien se va a imaginar que este arremedo de hombre, ordinario, que ni siquiera es mi tipo, y con mucho más tiempo vivido que yo, duerme al lado de mi cabeza, sonriendo como un pobre tonto que gana fama y se ufana de sus laureles.
Viéndolo así hasta hay momentos que recuerdo el cuento que me leían de niña, mi querido e inolvidable príncipe azul esperado por mis ojos, protegida por sus poderosos brazos y viajar a lo profundo del mar, yo suya y de nadie más.
Y este patas de chucho callejero que me trajo los días, sombras a pedazos de un fingido amor, negro feo, cuerpo y semblante mal formado.
En mi cuarto de descanso no han dormido todavía las razones que de veras ame… Qué no daría yo por tener al dueño absoluto de mis pensamientos, esas manos perfumadas frotando mi lámpara sensual y haciendo salir a la genial y apasionada doncella de mis inofensivos veintiséis años.
Fuera de este lugar, ya no se diga de la casa, Armando no existe para mí, es un cero a la izquierda, aunque desde el punto de vista de la mentira, cruzando los dedos, casi llega a ser el cariño de mi vida.
Dios guarde que yo lo presente en mi círculo de confianza como la viril arma blanca de mis noches, como el azúcar de sus besos, como él me dice a mí, las manos de mi pelo y de mi espalda; no, el es un conocido mío, respetuoso y educado, un amigo de la familia a quien se le puede querer sin poner en riesgo la “c” del corazón.
Yo estoy con él porque si uno no se ha agarrado de otra rama, no se debe de soltar de la que lo alimenta y lo apapacha.
Así es la vida y mientras no se presenten tiempos mejores, él seguirá bajo mis suaves sombras, creyendo las mentiras de una falsa luz que lo ilumina.


                            II

A esta mujer yo la quiero porque la pedí un treinta y uno de diciembre, a las propias doce de la noche nos arrodillamos con mi madre y oramos para que ella abriera sus ojos y se fijara en mí.  Es la pura verdad lo que digo, increíble, las agujas del tiempo no  llegaban ni siquiera al catorce de febrero, día del amor y la amistad, y yo ya había bebido los primeros besos de su boca.
Sin que le dé motivos me ha asegurado que la casa tiene puertas para entrar o salir y que me puedo ir a la hora que quiera, pero yo no la dejo porque Dios me la concedió y que sólo la muerte podrá separarme del camino que he decidido andar junto a ella…
Cuando me pregunta viéndome fijamente: ¿Y vos de qué te enamoraste de mí…?  Le contesto que no fueron sus ojos de color, no fue su cuerpo inquebrantable como un jarrón virginal en su momento, ni sus hermosas piernas; los hombres maduros como yo, nos enamoramos de la manera de comportarse, de la fama de sus frutos, porque la belleza con los años pasa,  la decencia y la honradez quedan para siempre.
Yo sé que a veces hasta las cosas pequeñas le sacan el aroma de su enojo, pero es por su carácter fuerte, las rosas también tienen espinas y hay que saber porque lado acercárseles…
En ocasiones me dice palabras tan duras que las piedras no hacen daño, pero las palabras también se las lleva el viento; vale más lo que ella hace conmigo, recibirme en su casa, en su cama, cerrar los ojos entre mis brazos y dormirse como una mansa paloma. Yo y nadie más he conocido su secreto, su intimidad, el silencio de su blanca y suave desnudez…
Dice que soy un cero a la izquierda, lo que importa es que ella es el centro de mi vida entera, yo era la mitad, ahora estoy completo, yo no creo en lo feo o en lo bonito, creo en dar y recibir, en amar y ser amado, me he reencontrado junto a ella, he vuelto a soñar y a volar lejos, hasta lo profundo de mis adentros. 
Mi paciencia y el sentimiento que demuestro me lo ha dado el sincero amor que le tengo, pero en todo hay limites y el día que yo la vea poniendo su corazón en las manos de otro hombre, ese día me marcho, perdono su falta, pero no vuelvo nunca con ella, aunque se me destroce el alma en llantos…
 



viernes, 3 de mayo de 2013


ESTRELLAS DE  VIDA AJENA Y DE LA MIA

¿Cuántas personas no nos han iluminado el camino que siguieron junto a nuestros pasos… Son estrellas fugaces brillando en los recuerdos infinitos de los días y las noches transcurridas. Parecen luces inolvidables que van y vienen en el pensamiento como en el firmamento los astros y que únicamente se apagarán cuando la última página nos cierre los ojos.
En mi memoria entonces aparece bien campante y con los zapatos lustrados Don Pío Quinto, el conocido herrero de Mejicanos, quien nunca supe cómo se apellidaba, amo y señor para componer toda clase de cosas; si hasta al estar jugando fútbol  y un cipote pateaba el balón lejos de la portería, patas para el monte, se burlaban los mirones y le aconsejaban: “Andá donde Don Quinto, bicho, para que te enderece la pata”
La infaltable Doña Jesús Escobar de mi barriga llena, canas, mirada y semblante serio, pero con un corazón y unas manos de dulzura para eso de convertir la harina en sabroso pan y jamás negárselo a quien le chillaran las tripas.
La niña Chus y la niña Lola, cada una ama y señora de distinta tortillería; la primera de apellido Hernández y de la segunda quedándome la duda si era Velásquez: ambas analfabetas, que sin saber leer y escribir transformaban en rica poesía la masa del maíz molido cuando lo redondeaban en calientitas tortillas recién salidas del comal.
Don Benjamín Portillo, propietario de unas de las pocas tiendas donde no colgaban el rótulo con la conocida frase, hoy no fiamos mañana sí. Él y su esposa daban  oportunidad para aquellos infortunados-que quizás éramos todos-y no les alcanzaba la cobija cotidiana porque siempre hay que comer algo, para que pudieran pagar lo consumido al final de cada mes. Gracias, muchas gracias Don Mincho porque quien  no deambulara por ahí, y todavía lo sostienen esos favores masticados para tener contenta la panza, y que por supuesto no dejaban de pagarle por lo menos en puchitos y así tener siempre abierta la puerta del negocio.
Y no debe ausentarse de estas remembranzas a Don Pacolino, vecino que sin lugar a dudas era el más hombre de aquel caserío… Porque de todas las revolutas que armaba, nunca perdía y siempre le pegaba a su compañera de tristezas y alegrías, y de vendaje, hasta a sus tres hijos cinchaceaba el energúmeno viejo bolo, porque quien no sabía que le encantaba empinar el codo y ya borracho, era un mortero explotando por nada. Nunca se me borrará de las ideas y mis memorias, una tarde de sábado en que Don Paquiño estaba tromponeando a sus sufridos vástagos y estos venían huyendo, patitas para que las tengo, a la carrera y de la aflicción ni sintieron cuando ya se habían pasado al terreno de nosotros. Don Francisco quiso hacer lo mismo como Juan por su casa y mi papá le aviso con el machete desenvainado en la mano:
-Cuidado Paco… que no respondo.
Don Fran era tragón de guaro, pero no maje y cuando semblanteó el brillo de la hoja destellando como gota de rocío en el mero filo, dio la vuelta y se desquito con palabras amenazantes hacia su media naranja:
-Perate mamita, cuando regresés ésta si me la vas a pagar, y con monedas de a centavo…
Este mentado señor cuando no le jalaba a la lija y pasaba sano varios meses, les compraba ropa, juguetes finos y caros a sus chiquilines, de esas referidos regalos poseían una televisión de veinte pulgadas para divertirse con muñecos animados y series entretenidas de cómicos chistosos, tipos y bandidos; y yo hasta les llegué a tener envidia porque creía que de veras los amaba Don Paco; pero no, no me puedo dar atol con el dedo yo solo, mi papa sí que de verdad lo superaba, y con creces, porque nunca nos pego de puro fai…
Y cómo van a faltar en estas páginas, Chepe Cariño haciéndole  favores a medio mundo por cuartillo; la Jolota, pregonando que había lucido el cinturón de campeón nacional de lucha libre, y que se lo quitó en emocionante combate de tres caídas al  elástico Di Tempes; Tarzan, un gigante de gruesos brazos, tosco y forzudo para quienes lo buscaran por las malas, pero muy tierno con los niños y las abuelitas. Los tres, pilotos consuetudinarios que nunca se bajaban del avión, trompos de zumba eterna, borrachitos fieles a la pacha de guaro regalándonos sus vidriosas miradas y sus jocosas, divertidas e inolvidables peripecias.
Ah y Don Menche, con sus sonoros y folklóricos pito de bambú y el tambor de cuero no sé de qué; hombre ya mayor pequeño de estatura, humildito y según aseguran los que hacen una tormenta de un vaso vacío, brujo conocedor de misterios, encantos y brebajes, y que se convertía en tunco después de las doce de la noche; por eso todos le guardaban respeto porque sería jugar con el peligro o el riesgo de morirse porque solía o le podía entregar información a la calaca en cualquier momento de algún futuro recomendado.
Para este lugar de hombres y mujeres curtidos en las faenas del trabajo y en la casa misma, no podría pasar por alto a los que no son ni lo uno ni lo otro; los maripositos que caminan cual si se les destrabara la cadera y cuando mueven las manos se les caen porque son del sexo jacarandoso. Los dos, hermanos de papá y mamá, pero que no ejercían de varones y se ganaban el sustento cortando, cosiendo tela y elaborando vestidos para féminas. Eso sí, en las cercanías se portaban con respeto, pero lejos de ahí, donde no pudieran reconocerlos, La Güicha y la Chepa armaban su Sodoma y Gomorra bailando a cachetío con hombres y hablándoles azucarado.
Punto y aparte merece justo reconocimiento la sabrosura de las conservas de semillas de marañón, elaboradas y comercializadas por la Niña Angélica, canasto, cabeza y caudal de voz pregonándolas por el Mercado Central, allá en la Capital. No de balde a su prole les encasquetaron el apodo de los Conserva. Lo singular de la casa donde se preparaban estas exquisiteces, es que de un pilar que sostenía sus paredes, emergía una estaca y en ésta, se paseaba ufana una lora, la cual imitaba al pelo el acento  de la Doña… Já, aún me río recordando a Chepito Conserva, quien creyendo que era su madrecita, emprendía veloz carrera hacia su hogar porque la lora se lo había enganchado.
Y también cómo no mencionar a Jorge Castillo, el popular Fósforo y que se había ganado ese alias por su pelo rojo muy similar a la piensa piensa bajo el sombrero de algunos chalatecos; además de sus inconfundibles colochos color camarón cocido, este querido amigo es reconocido porque fue el primero que tiro la chibola para que el fútbol pasara a formar parte de la historia infaltable de esas familias, principalmente de los inclinados a darle patadas, toques y amortiguación a la esférica.
Los nombres y apellidos hacen especial el hablar y reseñar memorias pasadas; pero no, vos, usted, nosotros, ellos, yo; nos encariñamos pronunciándonos con el alma y con el corazón los apodos: Moris Alianza, Choco Chalo, Carlos Pocholo, Calín Cocinado, Chamba Popeye, Ramiro Pindonga, Víctor el Mico, Chepe Peineta, Mario Caballo, Chepe El Gato, Jorge Cachirulo; Chepe, Chamba, Carlos y Jito, los cuatro Salpores, Toño la Vieja Platanera,  el Choco Alfaro, Roberto Macaco, Will Dino, Lito Alita de Pollo, Oscar Pacún, Miguel Ceteco, Arturo Cartuga, Rogerio Tico, Humberto Chele Beltrán, Silder Simiolón, Henry Lobito, Cesar Taquito, Edgar Chumpe, Chino René, Toño Mosca, Tito Mosquito, Moris Placa, Carolina La Rumble, Ricardo Pulga, Rolando Tanganica, Moris Píldora, Toño Globo, Dago Petaca, Víctor Pitoreta, Toño Cuyo, Lito Miquillo, Germán el Cabezón, Paco Pacuaca, Carlos Tachuela, René Sopa de calzones, El Loco Damián, Armando Pajilla, Julio El Cura, Armando El Diablo, Juan Pescaite, Moncho La Zorra, Luis El Gallo, Edgar El Pollito, César Cachete, Rubén El Cuche, Raúl Topo Yiyo, Coco Burgos, Tito Peloeloca, Miguel Dunda, Toño Tigre, José Cabú, Fito Pelleja, Davi  Loco Trece, Erlindo Tomate, Julio Guaracha, Beto Tío Coyote, niña Elena Doña Macabra, Sargentona Mercedes, Don Miguel Chapupo, la Marillona, La Secre, la Seca Ana
Hay tantas estrellas que podría seguir y seguir, si alguno o alguna me falta no es por hacerles desaire, es porque me pueden buscar, encontrar y sacarme la fresa, no me quiero ir en la chicagüita, como en agosto, mes de las fiestas patronales de nuestra consanguínea Ciudad de Mejicanos…    

jueves, 2 de mayo de 2013


                                              LAS DOS GUAYABAS         (Cuento)

Ganarás el pan con el sudor de tu frente reza la popular frase en alusión al porque de la presencia en este mundo de cualquier cosa o ser viviente…
Y desde dos distintos canastos, eso era lo que trataban de hacer dos diferentes tipos de guayabas, frutas muy apreciadas en todos los lugares donde haya la oportunidad de entregarse a la boca que lo apetezca e ingiera.
Siempre redondas las dos, la una era de mucho más tamaño que la otra y confundiéndose con el bullicio del mercado, pregonaba sus bondades:
¡Soy muestra deliciosa del progreso! ¡Cómanme una sola vez y no tendrán más deseos de una más de mi especie!
¡Pruébenme y sabrán que es ser parte del avance que halla el afán del hombre por mejorar el mundo!
La otra guayaba no decía nada, callada, quietecita, nada más pensaba y se acordaba de lo que cantaba su amigo pájaro guaraguao, posado sobre una rama del árbol que la vio nacer:
-No te dejes engañar cuando te hablen de progreso, porque vos te quedas flaco y ellos aumentan de peso… (Aunque hay pareceres que prefieren comer por moda, y no por necesidad).
Y ciertamente, la guayaba nativa, india, se confiaba de su origen, dulce y verdadero como el recuerdo de la tierra que te ama.
Demás está afirmar que entre las dos guayabas hay una pequeña y enorme diferencia, una es dulzor que embriaga y sustenta todo el cuerpo, y la otra, sombra de dulzura que llega y se queda, únicamente en la lengua…
  

sábado, 13 de octubre de 2012

Las  creíbles  aventuras  infantiles  de  Piticullo
i 
Piticullo es un infante igual a todos los que ya han cumplido dos y dos son cuatro años, y les han celebrado o no, su tan esperado  ¨sapo verde¨ con una pequeña y fácil fiesta familiar; quien dice que es un aniversario más, es el cumpleaños  del niño más lindo de su vida y de bajada.
Piticullo no recordaba  haber visto de cerca  algo  tan redondo como un arcoíris, lleno  de  colores  dulces y velas con lucecitas  que es  obligación  soplar  y apagar para demostrar que el mero mero dueño del pastel de cumpleañero  es  él; y que nada ni nadie le van  a  impedir abrir  el  veintiúnico  regalo que le trajeron sus primos, ese tamañote  tren  escondido tras una caja de cartón  y que ,teledirigido, viene a gran velocidad de la China  para jugar especialmente con sus incansables correrías. 
ii 
La ropa de Piticullo todas las veces que  su abuelita se la cambia y la luce a diario es casi nueva, después de lavadita, despercudida  y  seca por los rayos ardientes y enojados del sol, brilla como una estrella de las diez de la mañana  o  las cuatro de la tarde, hora en que mamá retorna  de trabajar. La tela de las camisetillas blancas y los pantaloncitos chuluncos  huele a rico limón, ahhh!, a limpia;  la otra vestimenta hay que cuidarla, estas son las de reír y llorar, y lo protegen de los terribles cocodrilos que se esconden en el fondo de los sillones  o del  sofá,  cuando se le cierran los ojos de cansancio y se queda dormido… ¡Cuidado Piticullo! uno de ellos en un atrevido lance podría  lastimarte un brazo  o  la manita si te hace caer; en una película frente a la tele, con tu jerigonza pregúntale  a esos  cómicos monos  traviesos de la selva si no son filosos los colmillos de esas ferocísimas bestias.
Las camisas y pantalones de veras nuevos, cuando se los están poniendo, Piticullo dice bruunbun  bruunbun; nadie  nace aprendido, pero él ya sabe de tanto ver y ver con esos ojitos de cangrejo, que es la señal para salir a patear cucas fuera de la casa y no para quedarse adentro.
iii
Todos los días Piticullo se toma más de tres pachitas de leche tibia, porque aunque no lo sabe  que hay muchos niños que ni soñando tienen esa oportunidad; él si la aprovecha, primero porque el hambre es un bandido malo que le aprieta la pancita, y segundo, porque ya conoce como se le da vueltecitas a la tapadera; luego, bebiéndoselas acostado boca arriba, cerrando y abriendo los ojos, sobre el enorme elefante africano de la cama que lo abraza cariñosamente como el asomo repentino de papá, o montado, soñando que vuela a todo galope en el suave y verde corcel del sofá,  ¡arre caballito!…  O imaginándose sin siquiera ponerse los pensamientos, aunque su cabecita  agarre los ladrillos de almohada, que él es el príncipe de la cerámica    del piso que deja brillante  cada trapeada sudorosa de mami; sin faltar a su bendita siesta y siempre deleitándose  con ese sabroso néctar blanco de vacas mucas de países lejanos y desconocidos.
A Piticullo no le preocupa siquiera cuánto cuesta conseguir una bolsa nueva, sellada y llena de rica leche, él no sabe nacas pilo de lo que importa y vale poner la cara  o que a la vergüenza de su mamita se la lleve quién sabe adónde carajos la correntada del río chambres.

iiii
Las  suavecitas manos de Piticullo parecen la popular adivinanza del huevo, son chiquitas y blancas, todos las pueden  abrir, y todos las pueden cerrar, como los aplausos en la cancioncita tortillitas para mamá; porque  los niños aunque se visten con su traje de héroes, al contrario, para ellos no existen malhechores que haya que perseguir o guardarles rencor, todos los desagravios los olvidan en un chas chas y después de ese momento ingrato del llanto a mares , se ponen la carita  de la sonrisa y te abrazan para que te rindas sin necesidad de ponerte  en el ombligo un cañón ultrasónico rudimentario o soltar tras tus pasos al dinosaurio más  comilón y sanguinario de los cinco a escala  de plástico que posee para  conquistar todos los días la sala y el dormitorio, lugar que suele ser su señorío  de diversiones, juegos y carcajadas junto a ellos.
iiiii
Cabalito, cuando en el reloj de la pared la aguja minutera señala el número doce y la horaria el nueve, Piticullo se enfrenta al mayor reto de todas las mañanas : debe cruzar, como Don Adán vino al mundo, el enorme océano  atestado de gigantescas burbujas de champú y refrescantes hojas de chichipince, que le han echado a la posita de agua  del huacal para que el siempre inesperado y desalmado catarro no le haga daño y lo enferme sacándole chorritos blancos por la nariz; el escurridizo y peligroso jabón  de olor, como un tiburón inatrapable se le enjuaga por todo el cuerpo y  le llena de abundante espuma la cabeza y el pelo , uf! ; los sofocantes enojos del  vengativo calor tropical ya no pueden hacerle nada, es el momento de desquitarse, sacarles la lengua y burlarse de ellos…

iiiiii  
Piticullo  es el más  valiente de todos los cipotillos, no le  guarda ni el más mínimo miedo al rey león, y por si fuera poco, le tira con fuerza  de la melena o de la cola; al tigre se le aproxima demasiado cerca, cual si le hubieran dicho en el oído: contale las rayas oscuras que tiene en la piel  con fondo de telón color naranja. A la temible pantera la domina fácilmente recostándose  sobre  ella como quien se acomoda  sobre  un cojín  de  terciopelo negro. Al  rinoceronte y su poderoso  ímpetu ni se diga, se ríe a carcajadas haciéndose cosquillas en el estómago con él; al feo y dientudo gorila lo adormece haciéndole  viejitos con los ojos… Gracias  a Diosito y al  ingenio de las personas, todos  los animales son de peluche y aunque pocos lo creen, son los amigos  más increíbles de Piticullo porque pasan todo el santo día acompañándolo  sin  aburrirse ni cansarse  de sus infantiles aventuras.
iiiiiii
Cuando es asunto de  máscara contra  cabellera, la momia sabe que nuestro menudo  paladín, triunfador de mil batallas, menos novecientos noventa y nueve, con cualquier llave puede dominarla  y derrotarla; la momia , al encontrarse frente a frente  con  Piticullo se queda quietecita, parece una figura dura como piedra, pero sin exagerar no mueve ni las pestañas de los ojos , un movimiento en falso podría representar la pérdida de su cinturón de campeón de lucha libre, ni más ni menos que campeón del mundo aquí nomasito; Piticullo le puya los ojos con un besito y la momia se derrumba como el más dichoso de los papás, porque también los rudos , quiérase o no, tienen su corazoncito; pero esos son cinco pesos de otra cartera y aquí , a ras del acolchonado cuadrilátero de la cama, sólo cuentan las destrezas de las patadas voladoras, las llaves doble Nelson, el candado , la mecedora, la tapatía y otras que pueden hacerte llorar de la risa.
iiiiiiii
Es de noche… Piticullo no quiere entrar al cuarto del dormitorio donde  lo esperan  para recibir sus órdenes  los siete puntuales cojines centinelas  que vigilan sus sueños; Piticullo con el dedito índice señala para arriba… Él tiembla como gelatina con solo oír que ya viene a lo lejos el ventarrón botando latas y zarandeando los techos de las casas.
Para pelos parados, a Piticullo solo le da cuis cuis cuando a esa hora asoman coléricos los micos del invierno, y hacen piruetas escandalosas encima de las láminas, que crujen del miedo como si el cielo se estuviera rompiendo y los pedazos cayeran detrás de sus orejas; se oye como si con ganas aventaran cangrejos de todos los tamaños… ¡es que muchos hombres no se portan como buenos hermanos ni como buenos hijos y dicen que al Santo que porta las llaves para entrar al Paraíso, esto lo hace enojar y por eso las tormentas  y los aguaceros siempre bajan echando chispas , tronando o relampagueando.
Piticullo es una inocente curiosidad que no le esconde el rostro a las cosas  conocidas, pero a vos San Pedro, que abrís los chorros de las nubes y desatas los elementos, no te conoce tanto como en el plato los frijoles abrazándose y bailando el mismo son con el arroz. Piticullo saca telas donde no hay arañas y para los momentos de temblazón están los momentos paseando en  caballito blanco, bueno las grandes tormentas no entienden de temores, no le tienen paciencia al tiempo, lo mandan por allá y se dejan ir a trompones con sus resplandores sorprendentes, encendiendo y apagando el horizonte, los ruidos  ensordecedores de las gotas enormes  agarran como pelones de hospicio otra vez a las chillonas láminas… Já, con que les da calambrina a las personas mayores, que tienen años  de verla mojar y acobardar a quien sea del mundo; ya no se hable de un chiquitín con poquita edad como él; en su cuerpecito de niño valiente, a Piticullo  se le hace escalofríos la piel y el corazón se le estremece cual si fuera una hojita soplada por el viento.
iiiiiiiii
Hablar como un perico no le cuesta nada de nada… ¡Al perico!, pero a Piticullo  ¡circo  con  todo  y  payasos!  Porque  así como en un paraguas  se  deslizan  facilitas  y casquivanas  las gotas de lluvia, así  se  le escurren  las palabras; para él no es cosa  chiche  que su lengua  las   repita  o  su entendimiento las engavete en la memoria del pensamiento…  Con  las niñas no hay tuerce porque  desde chiquilinas dicen a hablar y hablar  ellas solitas, pero con los  varones  es  una odisea, tanto como querer tomarle el pelo a un calvo.
Para decir yo, dice  mi ;  para  decir eso no me gusta, dice no guta mi. Para decir tengo ganas de hacer pipi, Piticullo dice pi y ahí va corriendo  como conejo para  poder llegar a tiempo y derramar sus aguas sanitas de riñón  donde corresponde.
Según consejos antiguos, a Piticullo hay que darle  obligadamente  a cucharaditas  sopa  de   guacalchías, o  freírle  el  pico de una lorita tierna para que se lo coma por pedacitos y se vaya acostumbrando a las alharacas; eso sí, después no hay que andar con  arrepentimientos  porque además  de  recitar de  un  sólo  tirón  otorrinolaringólogo… después nadie podrá callarlo…

miércoles, 10 de octubre de 2012


Las Lágrimas (Leyenda)

Cuando nuestros primeros padres habitaban el Jardín de las delicias, flotaba en los alrededores la perfecta armonía, no existían la tristeza, la amargura, la angustia o el dolor profundo que rompe los corazones.
Eva y Adán iban de la mano como niños felices porque no les faltaba nada, lo tenían todo… ¿Acaso necesitan algo quienes son los hijos únicos y predilectos del que formó los seres vivientes y las cosas.
Ambos habían sido facultados para saciarse de lo que se les antojase, menos del árbol del  bien y del mal, pero siguieron la voz de la tentación y cayeron en desgracia al ruborizarse por su desnudez…
Dios les llamó y les sancionó: Os marcharéis de mi presencia y el paraíso desaparecerá de sus convencimientos…   Por haber desobedecido los pondré como cabeza del mundo y estaréis atados a éste. Cuando más desolada esté vuestra alma, derramaréis gotas cristalinas de los ojos, y algún nombre le habréis de declarar a esa manifestación del alma. Empero, también en los momentos de mayor gozo, os romperéis como nubes, esto como prueba divina, hasta el último día de su existencia humana, que mi espíritu morará dentro de cada uno de vosotros, y para que jamás olviden que la desobediencia fue el origen de sus ayes y penas.

EL  HIJO  DE  MAMÁ  TULIPÁN    (Cuento)

Mamá  tulipán  miraba  a  su  hijo  pequeño capullo…  Casi marchita por la decepción, derramando una gota de rocío le dijo que le causaba dolores y tristezas su mal proceder:

-¿Porqué no te levantas temprano a la primera luz del alba como lo hago yo?  He honrado a mis padres porque de esa manera me lo enseñaron, y tú no agradeces la vida que llega mansa a tus raíces como el  agua que  bebes.
En cada suspiro de Dios la brisa alienta tu espíritu para que no te desanimes, las ramas de los árboles te ofrecen su consejo para que llegues a vivir suficientes años, pero ni siquiera me obedeces a mí, mucho menos a ellos.
No quieres aprender de las estrellas que siempre, cual si fuera la última y única oportunidad,  una y otra vez guían los pasos de la oscuridad para que se transforme en el  amanecer…  
El más maravilloso don, el grato olor de nuestro perfume no lo quieres compartir, te lo guardas sólo para ti, ofendes tus pétalos y el sacramento del cuarto día en que fuimos creadas las flores…

Le contestó pequeño capullo:
¿Qué puedo hacer yo…?  Sí  me  apasionan  los  celajes  aventureros  del  horizonte  allá a lo lejos, me encanta la libertad de las tormentas y sus implacables rayos. Mi gran orgullo es de donde provengo: de ti Madre y de mis mayores…
Pero no me pidas que le dé cumplimiento a la razón de ser de todos los tulipanes, perfumar la mano que nos arranca la vida;  no  está  en mí hacerlo, aunque  signifique  desobedecer  la naturaleza  de la  que  estoy  hecho. Hay millares como nosotros, pero con mis propias virtudes y defectos, yo soy uno solo, nunca hay dos iguales, las apariencias a veces engañan y el mundo no es lo que verdaderamente parece… Yo no reniego de la esencia y aromas de mis entrañas, cual si fuera el más suave de sus hijos, perfumaré  al que me trate bien, no al que irrespete la sagrada misión de vivir y morir a tu lado.

Y ciertamente  el  tulipán  y todas las flores, sea cual fuere su especie, nacen para dar lo mejor de sí, no para que sean molestados en sus  humildes condiciones de seres vivientes. 

martes, 21 de agosto de 2012

                     EL REPARADOR DE ESPEJOS  (Cuento)             


En una ciudad lejana, de un país lejano, muy cercano a lo inverosímil, vivía un pobre y feo príncipe. Príncipe porque para la mirada de una madre, al hijo nunca se le deja de ver con el corazón. Pobre porque para pocas propiedades, contaba sólo con una: las calles de esa ciudad, recorriéndolas desde siempre junto a su progenitora. Feo porque, qué mujer se iba a fijar en alguien que no poseía ni siquiera una cama propia donde caer muerto. Para la madre y el hijo no existía otro remedio que hospedarse, a la noche, en los dormitorios para los desamparados donde nadie paga un céntimo.
En esas andanzas de la pareja familiar, una mañana al enseñorearse el sol y aclararse el día, Pablo, nombre con el cual le reconocían quienes lo frecuentaban, mientras se distanciaba un poco de su madre, pero sin perderla de vista; atrajo su atención un brillo en el suelo que cambiaría su destino posteriormente, pero que en ese momento le alegraba los ojos una agradable sorpresa:
Eran dos monedas, sí dos monedas con las cuales podría costearse dos comidas, una para su madre y otra para él. Feliz, iba a emprender veloz carrera cuando sintió que alguien lo estaba observando…
-Qué suerte tienes hijo, te has levantado con el pie derecho hoy-le dijo una anciana.
No creo en la suerte le contestó Pablo, pero una fuerza interna le animo a obsequiarle uno de los dos hallazgos; además de sonreírle, tomándole suavemente deposito una moneda en la palma de su mano izquierda.
-Eres muy generoso y en recompensa a tu bondad, la vida te premiará con una extraña facultad que deberás descubrirla tú mismo.
Pablo únicamente pensó: Qué podrá darme esta señora, si es igual de pobre como nosotros, y se encaminó en dirección a su madre.
Las semanas transcurrieron trayendo consigo el olvido, y a causa del intenso frío que hizo titilar hasta a las luces del cielo, la madre de Pablo amaneció sin vida, pero marcándosele el rostro de una quietud envidiable.
Pablo se quedó solo en el mundo, y sin que nadie reparara en su tristeza, allá en el parque de las ilusiones  donde van de paseo las madres con sus hijos, detrás de un árbol de manzano lloró para desahogar el dolor que le causaban los recuerdos.
Después de las primeras lluvias, cuando brota la cosecha frutal,  a nadie se le antojaba cortar y saborearlos del árbol de manzano porque eran insípidos y sin gracia, como el corazón de un hijo que ha perdido a su madre.
Los niños creen en lo que ven, no saben de amarguras o sinsabores, y cuentan que la inocencia de un infante recogió una manzana que había hecho caer la fuerte brisa del viento, pero su hermana mayor le dijo:
-No la muerdas porque no sirven, han sido y siempre serán insulsas…
-Mentira, está roja, eso quiere decir que ya maduró, tú lo que quieres es engañarme y quitármela… 
El pequeño no le hizo caso, la probó, deleitándose por la dulzura que emanaba de la rica manzana. Aseguran los que narran esta historia que desde esa ocasión los frutos de aquel árbol ya no fueron vilipendiados por inútiles, sino esperados con ansias para degustarlos por los visitantes del lugar; pero este es otro relato, prosigamos con Pablo, quién, si la fortuna le había sido adversa todos los días de su existencia, no tenía nada de que asustarse y decidió marcharse de la ciudad, su madre le había enseñado a no detenerse,  porque el espíritu se va y las cosas quedan….
Cubierto del oscuro manto del anochecer, arribo Pablo y rápidamente se enteró del rigor de aquella nueva urbe; fue prendido y hecho prisionero, porque no toleraban personas ajenas, sin oficio ni beneficio; preso además de la angustia, y del cansancio, se durmió profundamente y soñó con la anciana, a la cual, meses atrás le había obsequiado una moneda; quien le aseguro que él había sido elegido para reparar espejos rotos o resquebrajados, y para poder realizar ese artificio debía preparar una habitación sin testigos humanos, entrar con los pedazos de cristal, colocarlos en el piso y juntarlos como un rompecabezas, pararse frente a estos, inmediatamente se recompondrían, volviendo a su estado original. La fe obra milagros si crees… fue lo último que escucho de la anciana.
El sol tuvo que levantarse y al mediar las horas matinales, Pablo fue llevado ante la presencia del Juez que le daría carta de domicilio si podría comprobar habilidades y destrezas en el conocimiento de un oficio.
Pablo hizo memoria del sueño que había tenido y cuando su Señoría le interrogó acerca del tipo de trabajos que ejecutaba, le contestó: reparador de espejos…
Esta declaración provocó risas y burlas, hasta del Juez, que por su naturaleza y cargo era una autoridad muy seria: después del momento inoportuno para la dignidad de aquella corte, arreglándose la oscura toga que distingue a los funcionarios que hacen cumplir la ley, señalándole con el dedo índice a Pablo, le increpó:
-Si no demuestras con hechos tal dominio, además de expulsarte de mi ciudad, mandaré a que te infrinjan cien azotes por mentiroso…
Pablo solamente solicito al Juez y a los presentes en la Sala, que le prepararan una habitación totalmente desocupada, sin ventanas y con una sola puerta de acceso para evitar malos entendidos, que le trajesen un espejo roto, y que regresaría en menos de cinco minutos. Dicho y hecho! Al salir Pablo con el cristal intacto en sus manos, genero asombro y aplausos entre los concurrentes; sumado a la sorprendente reparación, el espejo resplandecía como nuevo.
El juez le pregunto cuál era el secreto de tal increíble transformación, pero Pablo le contesto que no podía hacerla pública porque sería como profanar la memoria de su difunta madre, quien por coincidencia o azares del destino, poseía el  mismo nombre de la también fallecida madre del Sr. Juez.
Las autoridades citadinas le concedieron a Pablo una casa en la esquina de una calle concurrida y de mucho comercio para que ejerciera sus dotes de reparador de espejos, ya que tal oficio daba la suficiente confianza y que garantizaría en poco tiempo, el pago del inmueble otorgado.
De esa ciudad, de otras circunvecinas, y de muchas distantes, acudían multitudes para poder afirmar que habían visto con sus propios ojos, y conocido en persona  al hombre que tenía el don de reparar espejos.
De esta manera Pablo se  enriqueció y vivió los últimos días de manera holgada, por el simple hecho de regalar bondad y compartir el enorme valor que guarda una moneda.