CERO A LA IZQUIERDA
I
Las mujeres siempre tenemos la razón, y si no te gusta como soy... Vos ya sabés donde está la puerta.
Me encanta pelear con él, discutirle; mi voz suave e irónica bastante cerca de su oído, como anzuelo para el pez, pronuncia frases célebres y le echo brasas al fuego o agua a las cenizas, según como se le quiera ver. Si se me antoja molestarlo, tiro cascaritas sutiles para hacerlo trastabillar y poder hacer leña del árbol caído. Eso sí, las expresiones altisonantes, los gritos, no son parte de mi estilo, porque, aparte de nosotros dos, nadie tiene que meter su nariz mientras lavo la ropa sucia en casa.
Estoy segura, ciento por ciento, que este mi cuerpazo moreno y estos ojos zarcos son razones suficientes para que cualquier hombre soporte humillaciones y se deje tortiar la cara.
La intimidad es el único espacio de almohadas, donde la cobija negra de los desacuerdos la enrollo y la tiro debajo de la cama…
Aquí entre nos, la experiencia de su fuego es miel bajo mi lengua y sus labios gruesos, aunque no lo crean, suavecitos, convierten mis desahogos en un sendero que me transporta a la cima del cielo; sus manos me elevan por el horizonte como una mariposa con los ojos cerrados en éxtasis hacia la ternura…
Todo totalmente diferente a los pleitos que le armo donde sea, esa guerra de los dime que te diré que tanto me gusta declararle para sojuzgarlo aún en tiempos de paz; porque a fuerza de ser sincera, no hay molde mejor que él para eso de no perder la tranquilidad.
Mis pétalos dormidos, sólo con él se abren, porque echarse una canita al aire de vez en cuando no es malo y así poder relajarse, alejarse momentáneamente de los problemas, esas aguas tumultuosas del tiempo y la vida, si las dejo rebalsar del vaso me pueden arrastrar a la perdición.
Siempre he dicho y lo sostengo, que es poco lo rescatable de esta relación, yo para que me enamore está verde y sólo dios sabe cuando me voy a morir; bueno eso es harina de otro costal, y lo que si sé es que en mis manos tengo las tijeras para darle corte tarde o temprano.
Díganme si no es cierto que la cuerda siempre se rompe por lo más delgado, el único que llora es él cuando cierno la amenaza de terminar de una vez por todas con esta farsa…
Mamarracho, a la vaca o al toro hay que agarrarlos por los cuernos y cada quien que se vaya por su camino, pero no, sólo es lágrimas, que más bien creo son de cocodrilo…
Ay qué vergüenza si la gente llegara a saber lo que le ocurre entre sábanas a mi desnudez. Quien se va a imaginar que este arremedo de hombre, ordinario, que ni siquiera es mi tipo, y con mucho más tiempo vivido que yo, duerme al lado de mi cabeza, sonriendo como un pobre tonto que gana fama y se ufana de sus laureles.
Viéndolo así hasta hay momentos que recuerdo el cuento que me leían de niña, mi querido e inolvidable príncipe azul esperado por mis ojos, protegida por sus poderosos brazos y viajar a lo profundo del mar, yo suya y de nadie más.
Y este patas de chucho callejero que me trajo los días, sombras a pedazos de un fingido amor, negro feo, cuerpo y semblante mal formado.
En mi cuarto de descanso no han dormido todavía las razones que de veras ame… Qué no daría yo por tener al dueño absoluto de mis pensamientos, esas manos perfumadas frotando mi lámpara sensual y haciendo salir a la genial y apasionada doncella de mis inofensivos veintiséis años.
Fuera de este lugar, ya no se diga de la casa, Armando no existe para mí, es un cero a la izquierda, aunque desde el punto de vista de la mentira, cruzando los dedos, casi llega a ser el cariño de mi vida.
Dios guarde que yo lo presente en mi círculo de confianza como la viril arma blanca de mis noches, como el azúcar de sus besos, como él me dice a mí, las manos de mi pelo y de mi espalda; no, el es un conocido mío, respetuoso y educado, un amigo de la familia a quien se le puede querer sin poner en riesgo la “c” del corazón.
Yo estoy con él porque si uno no se ha agarrado de otra rama, no se debe de soltar de la que lo alimenta y lo apapacha.
Así es la vida y mientras no se presenten tiempos mejores, él seguirá bajo mis suaves sombras, creyendo las mentiras de una falsa luz que lo ilumina.
II
A esta mujer yo la quiero porque la pedí un treinta y uno de diciembre, a las propias doce de la noche nos arrodillamos con mi madre y oramos para que ella abriera sus ojos y se fijara en mí. Es la pura verdad lo que digo, increíble, las agujas del tiempo no llegaban ni siquiera al catorce de febrero, día del amor y la amistad, y yo ya había bebido los primeros besos de su boca.
Sin que le dé motivos me ha asegurado que la casa tiene puertas para entrar o salir y que me puedo ir a la hora que quiera, pero yo no la dejo porque Dios me la concedió y que sólo la muerte podrá separarme del camino que he decidido andar junto a ella…
Cuando me pregunta viéndome fijamente: ¿Y vos de qué te enamoraste de mí…? Le contesto que no fueron sus ojos de color, no fue su cuerpo inquebrantable como un jarrón virginal en su momento, ni sus hermosas piernas; los hombres maduros como yo, nos enamoramos de la manera de comportarse, de la fama de sus frutos, porque la belleza con los años pasa, la decencia y la honradez quedan para siempre.
Yo sé que a veces hasta las cosas pequeñas le sacan el aroma de su enojo, pero es por su carácter fuerte, las rosas también tienen espinas y hay que saber porque lado acercárseles…
En ocasiones me dice palabras tan duras que las piedras no hacen daño, pero las palabras también se las lleva el viento; vale más lo que ella hace conmigo, recibirme en su casa, en su cama, cerrar los ojos entre mis brazos y dormirse como una mansa paloma. Yo y nadie más he conocido su secreto, su intimidad, el silencio de su blanca y suave desnudez…
Dice que soy un cero a la izquierda, lo que importa es que ella es el centro de mi vida entera, yo era la mitad, ahora estoy completo, yo no creo en lo feo o en lo bonito, creo en dar y recibir, en amar y ser amado, me he reencontrado junto a ella, he vuelto a soñar y a volar lejos, hasta lo profundo de mis adentros.
Mi paciencia y el sentimiento que demuestro me lo ha dado el sincero amor que le tengo, pero en todo hay limites y el día que yo la vea poniendo su corazón en las manos de otro hombre, ese día me marcho, perdono su falta, pero no vuelvo nunca con ella, aunque se me destroce el alma en llantos…